Durante los siglos XVI y XVII las guerras religiosas de la Reforma
y la Contrarreforma azotaron Europa. La corrupción del Vaticano obstaculizaba
el desarrollo de las potencias que, alejadas de Roma, es decir, los reinos del
norte: Inglaterra, Holanda, Alemania y Escandinavia. Por otro lado, el Vaticano
mantenía relaciones más estrechas con los reinos de España, Francia, los
principados italianos y regiones del sur de Alemania. Ante el olvido del papado
de los reinos del norte, en Alemania, Lutero y Melanchton se manifestaron en
contra de la Iglesia. Lutero publicó 95 tesis en contra del Papa y la religión.
Sus tesis tenían un tono violento, encabezó rebeliones, quemas de símbolos
papeles, entre otros actos de la misma índole. Las autoridades persiguieron a Lutero,
quien fue condenado a muerte, pero logró escapar. Posteriormente, Melanchton,
discípulo de Lutero publicó los principios del protestantismo luterano: derecho
del fiel a interpretar la Biblia, sacerdote como guía espiritual no como
mediador entre Dios y el fiel, aceptación de la Biblia no del Papa, eliminación
del clero regular (sacerdotes, obispos, cardenales, etcétera) y del celibato.
Pronto, el protestantismo comenzó a difundirse en
los reinos inconformes con el Vaticano, la mayoría de ellos ubicados al norte
de Europa. Otro protestante influyente fue Italo Calvino, quien en un tono aún
más radical, expandió la llama de la Reforma por Francia, Holanda e Inglaterra.
El éxito de las rebeliones protestantes y el distanciamiento de los reinos del norte con el Vaticano propició que estos países adoptaran la Reforma de la iglesia, atendiendo a los preceptos de Lutero, Melanchton y Calvino, principalmente. El cambio religioso trajo consigo grandes transformaciones, pues en estos países se impulsó una cultura con mayores libertades, a diferencia de los territorios sujetos al Vaticano, acostumbrados al seguimiento ciego de la tradición papal.
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