Entre los siglos X y XI, Europa padeció nuevos hostigamientos por parte de invasiones bárbaras, esta vez por vikingos o normandos procedentes de 73 Escandinavia, húngaros y eslavos por el este y árabes por el sur, quienes controlaron el sur de España desde el siglo VII hasta el siglo XV
La complicada situación social desestabilizó las escuelas monásticas. Ante las constantes oleadas, saqueos de poblaciones y otras calamidades como quema de graneros, destrucción de aldeas, violaciones, raptos, asesinatos sangrientos, humillaciones, torturas, etc.), los monasterios se convirtieron en una excelente alternativa de protección. Cabe señalar que al funcionar como internado, el monasterio no sólo proveía educación, sino también un techo, un lugar seguro donde dormir y alimento.
En consecuencia, los
monasterios se convirtieron en escuelas en donde muchos de sus novicios
únicamente los utilizaron como refugio. De hecho, el término schola, significa
lugar de reclutamiento o congregación, en vez de ser un lugar en el que se
estudia. Esto nos habla de cómo se concebía al monasterio en la Edad Media: un
lugar de protección y preparación moral, lejos de ser un lugar en el que se
aprende una o varias disciplinas.
Una vez restablecida la
normalidad social a partir del siglo XII, se normalizó la educación en los
monasterios. No obstante, durante la Baja Edad Media surgieron una serie de
cambios en la educación: la importancia de los maestros libres, la creación de
las universidades, la escolástica y la educación caballeresca.
Además de aplicar instrumentos para mantener el orden en los monasterios, se dispusieron nuevos estatutos para organizar a los maestros. Para ser maestro de cualquier disciplina en el monasterio era necesario obtener una licencia, la licentia docendi, pero con el tiempo, estas licencias comenzaron a venderse entre los propios maestros, pervirtiendo el objetivo del grado o licencia para enseñar.
Los maestros ependían de
las cooperaciones de los escolares, es decir, no recibían un sueldo. Esto se
debe a que el saber se consideraba un don de Dios, por lo que no podía
venderse. De acuerdo con el concilio lateranense, convocado por Alejandro III
en 1179: “Toda iglesia catedral provea de beneficio a un maestro, que enseñe
gratuitamente a los clérigos de la misma iglesia y a otros pobres.
No se exija ningún pago por
la licencia de enseñar; ni, bajo pretexto de seguir una costumbre, se exija algo
a los que enseñan. Sin embargo, los maestros recibían una ayuda económica por
parte de los alumnos, aunque ésta era voluntaria.
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