Para el siglo XVIII, el absolutismo y el Estado–nación se habían consolidado. Como recordarás, después de la caída del imperio romano, se crearon una serie de feudos que ofrecían protección a los siervos, estos feudos crecieron y se conjuntaron en reinos medievales. Después de las cruzadas, el comercio con Oriente aumentó, y con éste surgieron una serie de poblados que funcionario como centros comerciales que tras su rápido crecimiento se convirtieron en ciudades. Finalmente, el rey fortaleció lazos con las ciudades y los burgueses, al grado que la alianza con el Papa dejó de ser importante.
De modo que para los siglos XVII y XVIII, el rey se convirtió en el mandatorio absoluto de su reino. Este poder le permitió construir un Estado centralizado que en vez de concentrarse en la protección de sus siervos, como en la Edad Media, ahora se concentraba en facilitar el comercio y las comunicaciones para crecer económicamente. La nobleza, quienes en el pasado eran los señores feudales, entraron en decadencia y terminaron como una clase social decorativa. La fractura con el Vaticano se extendió incluso en los países católicos, como Francia, en donde el rey Luis XIV inmortalizó la frase “El Estado soy yo”, reflejando el poder absoluto que había conseguido el rey en la Edad Moderna.
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